viernes, 15 de agosto de 2008
Marumbá
De ciertos recuerdos me nutro, me regocijo, disfruto. Bailamos apretados, sintiendo nuestras propias respiraciones en el cuello, mientras las palabras dulces llenaban los oídos, gestos cálidos, abrazos eternos. Puro amor. Todo disfrute. Todo goce. Me sentí princesa, si no reina. El marumbá sonaba en aquél salón chiquito de la calle Gûemes, como un vals que suena en un castillo de princesas y príncipes. Eran destellos brillantes, todos colores vivos. No habían ni grises ni negros. Dimos vueltas, nos entrelazamos con los brazos. Me sentí única, segura, viva, como no suelo sentirme muy seguido. Él estaba radiante, felíz. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer…Tenía una sonrisa amplia, que pocas veces le vi. Yo me sentía un sol brillante, de color oro, alegre y colmada de felicidad. Bailaba y recuerdo mis brazos rayos del sol abrazarlo a él. Brazos largos, poderosos, que abrazan cuando aman y aman cuando están dorados, cuando brillan. Diez años después de aquella noche, vuelven mis recuerdos como si no hubiese vuelto a vivir nada igual. Y merezco noches como esas, porque las siento en mi interior, pero no las vivo. Las guardo. Viven adentro mío y solo salen cuando está él, el hombre, mi hombre. Hoy cambiamos, mutamos, nuestras vidas tienen los colores mezclados. Son colores cálidos, ténues, que abrazan, que miman, que a veces gritan, desesperan y que esperan sentir el marumbá para ponerse a bailar, a disfrutar en medio de tantos sentimientos: algunos encontrados, algunos perdidos y otros vivos. Y cuando suena, no lo hacemos esperar…
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