miércoles, 29 de octubre de 2008

Texto a partir de foto

Lo recuerdo frío. Rápido, muy rápido. Tan rápido que no llegaba a sentirlo en mi interior. Tan rápido que cuando pude exhalarlo, sentí caerme sin fuerza al piso. Pero me contuve, me cuidé, porque abajo había agua. Y el agua estaba sucia. Traía restos de aquellos viejos tiempos. Mugre. Suciedad. Entonces, hice piruetas, grandes trombos para no caer y lo logré. Pude quedarme sobre aquella piedra fría que recuerdo inmensa. Mucho más grande que yo. Yo era pequeña, temblaba y corría tan rápido como podía. Pero no porque tuviera fuerzas. Corría porque dentro mío estaba atrapado. Quería salir y con sus fuerzas, me obligaba a moverme rápido, a hacer ruidos y a correr sin rumbo. Pero ese día me sentí. El sol pudo llenarme las venas que antes estaban hinchadas de dolor, de exaltación. El sol con su grandioso poder me hizo bien. Descansé en un verde gigante. El agua de a poco se iba limpiando, se iba evaporando mientras más limpia estaba. Y comenzaba a moverse paulatinamente junto al compás de mi corazón. Se movía siempre en la misma dirección y luego desaparecía. Dejaba de verla. Pero no importaba. El sentir era mucho mayor que aquella cantidad de agua ya limpia. El sentir era completo, era tranquilo. Saqué la bocanada de vértigo que traía dentro. Lo había dejado atrás y planeaba no pasarlo buscar nunca más. Lo dejé tendido de aquel árbol. De sus hojas colgaban pedacitos de vértigo que colgué. Colgaban húmedos hasta caer al suelo y desaparecían. Ese día, prometí dejar todo eso con una fuerte exhalada, en aquél lugar. Y no volver más. Nunca más.

1 comentario:

Sebastián Zaiper Barrasa dijo...

jajaja

Y este también soy yo! el Zaiper haciendo la grulla ombliguística.